Fijo la vista en el espejo y no veo nada, pero al mirar hacia abajo descubro unos pies grandes que sostienen todo el peso de mi corpachón. El suelo del cuarto del baño es azul, como las fotos que nunca quise que nadie viera. A veces me entretengo fingiendo que vivo en este mundo. Me asomo a la ventana y saludo a la gente que veo pasar por la calle. Por lo general, nadie me responde. Me miran con extrañeza y luego prosiguen su camino. Me da por pensar que todo aquel que me ignora es un incrédulo. Peor aún: un vulgar incrédulo. Después... Cierro la ventana.Otras veces me gusta creer que soy yo el que aparece en el espejo del cuarto de baño. Me afeito o me lavo los dientes mientras apoyo la mano izquierda sobre la pared. Y miro al suelo, que es azul. O miro de reojo al espejo y veo a un tipo extraño que me saluda. Por lo general, nunca le respondo. Me siento extraño al mirarle. Uso un poco de loción para después del afeitado o me enjuago la boca, según el momento. Vuelvo al mirar al espejo y ahí estoy yo. Parece increíble, pero es cierto: soy yo. Aunque eso sólo me ocurre a veces.

